PAULINO CÁRDENAS
Como si anduviera en campaña, el presidente Felipe Calderón sigue hablando de lo que piensa hacer en los “tres largos años” que le faltan porque, como se lo dijo a Joaquín López Dóriga, no quiere ser un Presidente más, sino que ‘quiere dejar huella’. Hace unos días, en la ceremonia del 99 aniversario de la Revolución mexicana dijo que el 2010 tiene que ser el año de la ‘transformación pacífica’, profunda e intensa del país.
Expresó aquel día en la explanada de Los Pinos, que se tiene que cambiar lo que se deba de cambiar independientemente de lo que ello implique. Lo que no dijo es quién -o quiénes- que en el horizonte no se ve, encabezaría esa gesta heroica. Planteó que cuando se cumplan 200 años de Independencia y 100 años de Revolución, 2010 debe ser el año de la inflexión; el punto de cambio. Calderón sostuvo que la Revolución no fue hecha por ángeles ni demonios sino por personas con defectos y virtudes.
He aquí donde está el meollo del asunto, porque quienes disputan por el poder son más demonios que ángeles y tienen más defectos que virtudes. Por eso muchos se preguntan: ¿Quién será capaz de liderar esa gesta de transformación pacífica, profunda e intensa, que ciertamente tanto requiere México? Porque para ello, como lo dijo Calderón hace poco, se requieren ‘tamaños’, mismos que al gobierno a su cargo le han faltado para lograr los cambios que requiere México, empezando por la impunidad.
Y como si apenas arrancara su sexenio –y estrenando nueva obsesión, la de que en México ‘ya no hay petróleo’–, justo a la mitad de su gobierno el presidente Felipe Calderón hizo un llamado a políticos, empresarios y al resto de los sectores de la sociedad, a abatir la pobreza extrema y a verla como “primera prioridad para los tres largos años que faltan” y se analicen las acciones a seguir “sin divisiones ni cálculos políticos”.
A pesar de la crisis, dijo, “es hora de enderezar el rumbo social del país”. La declaración del mandatario panista fue hecha el pasado miércoles, al encabezar el primer Encuentro por un México sin Pobreza que se desarrolló en el Centro Banamex, en donde señaló que la superación de la pobreza es el mayor reto de nuestra generación y constituye una prioridad que no se podrá alcanzar sin la comprensión, el apoyo y el trabajo de la sociedad civil.
Y con Joaquín López Dóriga, en su noticiero de televisión, el mandatario panista hizo un repaso de lo que quiso haber hecho en los primeros tres años de su administración en cuanto a programas de gobierno, pero que por diversas razones se quedaron en el intento. No obstante, siguió porfiando en que México requiere un profundo cambio institucional, que sin duda le está urgiendo.
Pocos creen que sea el desgastado mandatario quien pueda enarbolar las banderas que conforman la gravedad de la economía y la recesión que aún no comienza, aunque él mismo haya dicho que ya terminó. Quizá por eso los llamados que ha venido haciendo en los últimos días en una suerte de cruzada nacional, de que gobierno y todos los sectores de la sociedad, con un esfuerzo adicional, podrán jalar juntos la carreta de la Nación.
Con López Dóriga, además de reconocer varios fracasos en su administración, dio pista sobre cuál será su estrategia en el futuro inmediato: echarle la culpa a los anteriores mandatarios por el estrago que hoy sufre la industria petrolera, que era la ‘caja grande’ del erario público, olvidando que él fue secretario de Energía con Fox y que, tampoco, nada se hizo. Por tanto, la nueva obsesión que se convertirá en cantaleta es la de que “ya no hay petróleo”, con miras a plantear muy pronto otra reforma petrolera.
Por lo pronto, nadie duda que el 2010 será el peor año del sexenio, no sólo en lo económico, sino en lo político y lo social. La pregunta es saber quién o quiénes integrarán la mesa redonda para decidir el rumbo y los destinos de la nación, cual lo plantea y lo seguirá planteando Felipe Calderón. El PRI de hecho tendrá que decidirlo, porque es la nomenclatura de ese partido la que ya gobierna México.
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