PAULINO CÁRDENAS
A dos años y medio de las elecciones presidenciales del 2012, el presidente Felipe Calderón anunció que enviará al Congreso de la Unión varias iniciativas entre las que destacan: una reforma política que contempla la reelección de legisladores y alcaldes y la reducción del Congreso, una reforma laboral, una más de telecomunicaciones, otra de segunda generación para Pemex y otra más para reducir trámites de gobierno.
La primera mitad de su mandato se distinguió por cuatro hechos fundamentales: 1) En el país está desatada la violencia a causa de una guerra contra el narcotráfico que no tiene fin ni ha dado buenos resultados; 2) La tasa del desempleo va cada día en aumento a pesar de su promesa de que sería el ‘Presidente del empleo’; 3) Subirán en 2010 los impuestos aunque en campaña él había prometido lo contrario; y 4) En todo el territorio nacional crece la pobreza más cada día.
El presidente Felipe Calderón presume como ‘logro’ de su sexenio, una guerra contra el narcotráfico que no se ve que vaya ganando el gobierno ni que con ella haya disminuido el tráfico de drogas, aunque esa lucha sí ha dejado una escandalosa estela de muerte de más de 15 mil víctimas. Pero esa misma guerra podría ser la que la historia lo juzgue, aunque él insiste en querer ‘dejar huella’ y no pasar como un Presidente más, del montón.
Esa guerra conra el crimen organizado más bien le ha servido a Calderón para tratar de legitimarse frente a los mexicanos, sobre todo ante aquellos que no votaron por él. Si se echa una mirada en retrospectiva, habrá que recordar que, no obstante haber sido declarado triunfador en las elecciones de 2006, en la mente de muchos mexicanos la legitimidad de su triunfo quedó en duda, en especial por las huestes de Andrés Manuel López Obrador.
Por ello, haciendo a un lado las promesas de campaña, sus asesores le habrían aconsejado buscar la manera de legitimarse ante la ciudadanía, apelando a dar un golpe al estilo de Carlos Salinas de Gortari, quien metió a la cárcel a Joaquín Hernández ‘La Quina’ cuando había serias dudas de su triunfo ante Cuauhtémoc Cárdenas y de la ‘caída del sistema’ cibernético. Por eso habría sido la declaratoria de guerra de Calderón contra el narco, justo el primer día de su mandato.
De ahí para acá, su gobierno no han tenido programas de gobierno existosos, excepto que con respecto a la guerra contra los capos de la droga, Washington –Barack Obama para ser precisos– lo ha comparado como el Eliot Ness de los mexicanos, en tanto la secretaria de Estado norteamericano, Hillary Clinton, ha exaltado públicamente su valentía por tratar de eliminar a los capos del crimen organizado.
En tanto, acá, dentro del país, la situación económica no fue antendida cabalmente en tiempo y forma, y cuya gravedad que todos los sectores productivos veían venir, menos el gobierno, él y su gente la quiso disfrazar con eufemismos como aquella del famoso ‘catarrito’ y que nada le pasaría a México porque estaba ‘blindado’ contra cualquier contigencia financiera.
Y eso para no hablar de las medidas que ordenó de paralizar las actividades del país en abril, con motivo del famoso virus A/H1N1, lo que trastocó la economía de decenas de empresas y dejó sin trabajo a muchos prestadores de servicios turísticos. ¿Y de su decreto de extinción de Luz y Fuerza que dejó sin chamba a otros más de 40 mil electricistas?
De otro lado, las políticas públicas de su gobierno han resultado más bien fallidas. El desempleo crece. La carestía también. La recesión apenas empieza. La violencia se extiende por todo el país. La impunidad está en todo su apogeo. Y quienes han estado pagando las consecuencias son millones de mexicanos.
Sin embargo, un Calderón optimista mira hacia adelante como si estuviera comenzando su sexenio. Qué bueno. Pero en lugar del borrón y cuenta nueva que propone, la sugerencia de muchos observadores es que mejor vaya empezando a hacer un corte de caja, porque de ninguna otra cosa ya le dará tiempo.
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