PAULINO CÁRDENAS
El artero crimen del sonorense Nepomuceno Moreno, a quien mataron por andar exigiendo el esclarecimiento de la desaparición forzada de su hijo, ha vuelto a exacerbar los ánimos de los mexicanos entre quienes crece el repudio por el incesante baño de sangre que ha dejado miles y miles de muertos en el país de cinco años para acá y por la fallida estrategia presidencial de querer acabar la violencia con violencia, que lo único que ha motivado es una espiral de imparable criminalidad que sigue yendo a la alza.
En todo ese juego diabólico, las armas –la gran mayoría venidas de fuera con la colusión de autoridades que deberían impedir su paso– han jugado un papel primordial ya que unas están en poder de los criminales y otras en las fuerzas gubernamentales civiles y militares que tiene encuentros armados diariamente. La élite del poder –empezando por el Presidente– no tiene por qué preocuparse porque disponen de un séquito de militares, marinos, fuerza aérea y agentes armados y viajan en vehículos blindados para preservar su integridad física, y nada les cuesta porque todo es con dinero del erario.
Pero esto no sucede con la gente común y corriente, la cual está inerme y sometida a la suerte de su propio destino. Esa que se joda. Ya se vio que los que carecen de ellas están a la buena de Dios, como ha sucedido con el caso de don Nepomuceno Moreno que formaba parte del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, a quien por andar clamando ayuda a las autoridades locales y federales para saber de la desaparición de su hijo Jorge Mario que sufrió desparición forzada, lo mataron en Hermosillo.
También está el vergonzoso y doloroso caso de la activista Marisela Escobedo Ortiz quien fue asesinada frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua mientras colocaba una manta para exigir justicia por el homicidio de su hija Rubí Marisol Frayre Escobedo, de 16 años de edad. Las autoridades se han hecho tarugas hasta ahorita sobre esos dos crímenes.
Y otra historia igual de dramática fue la de Leopoldo Valenzuela Escobar, quien murió asesinado en el municipio de Nuevo Ideal a manos de unos encapuchados. Anduvo indagando la desaparición forzada de su hijo, Leopoldo Valenzuela Gómez, de 29 años a quien nunca volvió a ver. El mismo grupo que mató a su hijo fue por él meses después hasta su negocio y ahí don “Polo” se defendió solo, hasta que murió acribillado. ¿Y las autoridades? Bien gracias.
La tolerancia a la desigualdad y a la injusticia ha sido el signo de este sexenio. El llamado a confiar en las autoridades que dizque velan por las instituciones y por la paz ha sido otra cantaleta incumplida, como muchas otras. Los ciudadanos de toda la nación han tenido que tolerar los argumentos que se dicen en los distintos foros con los que el Presidente quiere hacer creer que su gobierno de veras hace hasta lo imposible por preservar la tranquilidad al combatir a los criminales. Pero al mirar lo que sucede en el entorno de cualquier lugar de México con respecto del crimen, la gente se da cuenta que todo es retórica.
Movimientos ciudadanos y pacíficos como el que encabeza el poeta Javier Sicilia –cuyos integrantes reclaman investigar los crímenes, desapariciones forzadas, torturas y extorsiones de las que han sido víctimas miles de gentes inocentes, a causa de los abusos cometidos por agentes el gobierno civiles y armados con el pretexto de andar persiguiendo a las bandas del crimen organizado–, sólo han sido ‘bateados’ por el gobierno federal.
Por ello un grupo de académicos, intelectuales y periodistas andan en busca de otras alternativas fuera de México ocurriendo incluso a tribunales como el de La Haya, para tratar de frenar tanto baño de sangre y tantos abusos de las autoridades civiles y militares que con el pretexto de la guerra contra las mafias cometen contra la ciudadanía inerme, y acaban siendo protegidos por el vergonzoso manto de la impunidad. Prospere o no el intento, son caminos que para algunos grupos hay que agotar.
Los mexicanos no tienen otra alternativa que empezar a organizarse en serio para impedir el avance de la criminalidad que el gobierno no quiere o no puede frenar. El pueblo no puede conformarse con escuchar las voces oficiosas que defienden por un lado la fallida estrategia de guerra presidencial y por otro lo que augura el propio mandatario panista de que la violencia seguirá aún después de que termine su sexenio. No se trata de destinos manifiestos. Se trata de detener el baño de sangre que ahoga al país. Los mexicanos están hasta la madre de que el país esté en manos de la criminalidad. Y algo urge hacer.
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